Han pasado ya varias semanas. Tengo incluso la sensación de que han sido más de las que realmente han transcurrido. Y, sin embargo, un mes después, sigo percibiendo detalles y viendo frutos de los ejercicios espirituales a los que asistimos con el grupo de Confirmación de último año.
A principios de junio, si Dios quiere, varios alumnos y un exalumno del colegio se confirmarán. Llevan ya más de dos años preparándose para ello y yo, que sólo he compartido con ellos el último trayecto del camino, estoy teniendo la inmensa gracia de ser testigo de todo lo que Dios y varias personas generosas han ido sembrando en ellos a lo largo de este tiempo.
Cuando madre María Jesús me propuso plantear a los chicos la posibilidad de realizar ejercicios durante un fin de semana, no tuve claro que la idea fuese a tener una buena acogida. Al fin y al cabo, cada vez nos resulta más complicado a todos sacar tiempo para frenar y hacer introspección. Nunca nos parece un buen momento. Además, ese examen probablemente nos descubra cosas que no nos gustan sobre nosotros mismos y responsabilidades que quizá estamos eludiendo. Para afrontarlo y hacer buenos propósitos, son necesarias paciencia y valentía. Y también un corazón capaz de agradecer las luces recibidas. Sin embargo, a los chicos les resultó ilusionante, lo cual fue una muestra más de que muchas veces nuestras faltas de fe —en este caso la mía—, nos impiden avanzar y realizar aquellas cosas a las que estamos llamados.
Así pues, hace alrededor de un mes, salimos el viernes del colegio rumbo a la casa de las Esclavas de Cristo Rey en Arturo Soria. Allí, durante todo el fin de semana, nos sentimos acogidos y acompañados. Especialmente por madre María Jesús y Scarlett, que prepararon todo con muchísimo cariño y detalle, pero sabiendo también que toda una Comunidad estaba rezando por nosotros.
Podríamos decir que la convivencia fue buena y sería cierto. Pero, más allá de un despliegue de la educación recibida en casa o un sencillo cumplimiento de normas básicas, la convivencia fue una oportunidad. Pasar aquel tiempo juntos, aunque se tratase de apenas unas días y en unas circunstancias muy particulares, nos ha permitido conocernos más entre nosotros y también conocernos mejor a nosotros mismos.
El domingo tuvimos un rato para hablar todos juntos sobre cómo habíamos vivido personalmente aquel fin de semana. En el corazón de cada uno queda aquello, pero sí puedo compartir que la entrega llama a la entrega, el buen ejemplo de una persona apela a los que están a su alrededor, y ver a los chicos con una disposición sincera no me dejó indiferente. Por supuesto, cuentan y debemos contar todos con que no siempre va a ser fácil o que incluso puede llegar a ser muy complicado. Pero cuando hay un objetivo claro, cuando el corazón está centrado en algo más grande que uno mismo, las dificultades se vuelven más llevaderas y la gracia de Dios se hace presente.
Haber vivido juntos los ejercicios y haber encontrado en ellos momentos de intimidad con Dios ha sido un regalo que Él nos ha hecho. Por eso, le pido que acompañe a lo largo de sus vidas a estos chicos, que dentro de unos meses adquirirán un compromiso mayor de vivir procurando que Jesús sea el centro, la compañía y el norte.
Hace unos años, leí a una persona relatar que miles de jóvenes, el primer jueves de cada mes, velan durante toda una noche al Santísimo, turnándose para acompañar al mismo Dios. Y escribía: “Y mañana, como todas las mañanas, se levantarán y acudirán a su colegio, a su instituto, a su facultad, a su trabajo. Y lo harán, como siempre, iluminando la faz de la tierra…” De esas palabras me acuerdo precisamente cada mañana cuando entro al colegio y veo a estos chicos en la capilla, empezando allí su día, o me los cruzo cuando salen de ella. Y, en ese momento, doy gracias a Dios por permitirme contemplar uno de tantos milagros que, diariamente, tienen lugar en lo pequeño y lo escondido de las paredes de nuestro colegio y en el mundo entero.